Podría parece una historia del El Mundo Today,
pero no. Una interesantísima historia real la de la intervención de una
señora aragonesa sobre un fresco de finales del siglo XIX que
representa a Cristo. Resumiendo, Cecilia Giménez, feligresa octogenaria
de la ermita del Santuario de Misericordia, en Borja (Zaragoza), decidió
restaurar la obra del artista Elías García Martínez que hay en ella, a la vista de su deterioro a causa del salitre. El resultado es este:
Los medios, desde luego en tono de guasa y chanza, plantean la cuestión en términos de chapuza e incluso de iconoclastia,
dando a entender finalmente que evidentemente la obra original es mejor
que la versión de Doña Cecilia. No obstante, existen suficientes
argumentos para defender lo contrario.
La obra original de García Martínez es difícilmente defendible desde
un punto de vista estético, o siquiera patrimonial. Se trata simplemente
de una fórmula, ya gastada en su propio tiempo -a finales del XIX-, de
un patrón estilístico de estampita relamida cuya única función era la de
rellenar la pared de una iglesia: un cromo, vamos. Sin embargo, la
intervención de Doña Cecilia es bien diferente. De entrada, no se trata
de una señora cuya práctica artística sea casual o accidental. Sus
amistades más allegadas han manifestado que “siempre ha tenido la pasión de la pintura, desde pequeña.”
Cecilia ya ha hecho exposiciones en las que incluso ha vendido obra. En
este sentido, no cabría decir que la obra de Doña Cecilia es mala, sino
que responde a una interpretación personal del tema que presentaba
originalmente la obra de García Martínez. Tanto da si ella era
consciente o no de ello: la historia de la pintura moderna en el siglo
XX nos da mil motivos para demostrar que no hace falta esa conciencia en
la mente del artista.
Observemos la intervención de Doña Cecilia con detalle (por cierto,
la artista defiende que se trata de una obra inacabada): Cristo se ha
convertido en una mujer. Las espinas de la corona son ahora una especie
de corte de cabello corto, o una suerte de gorro de invierno ruso. La
mirada que transmiten los nuevos ojos es inquietante. Ya no miran al
cielo implorando consuelo o en armonía con el creador, sino que miran
directamente al espectador. Se observa una mirada distante y serena,
pero con la actitud de echar en cara algo. La boca ha desaparecido y
describe ahora un borrón como si se tratara de un rastro de violencia
dejado por un lápiz de carmín color carne. También sugiere humo saliendo
de la boca, o el rastro de uno de esos “bocadillos” de cómic en el que
se enmarcan las palabras, los diálogos. Tantas obras vienen a la cabeza:
Francis Bacon, sin ir más lejos.
Parece como si Doña Cecilia hubiera transmitido todo un nuevo sentido
a la figura paternal y patriarcal de Cristo: como si hubiera querido
deshacer el cromo y convertirlo en un paisaje real de raiz feminista. En
definitiva: una pieza infinitamente más interesante que la estampita
religiosa.
Pero aún hay más. Dice la hermana de Doña Cecilia que “el lienzo no
tiene mucho valor, es simplemente una cara de un Cristo”. El argumento
es apasionante, pues viene a plantear un tema de larga enjundia: no hay
que buscar el valor de la obra “intervenida” en el asunto que trata.
Viene al caso recordar la polémica suscitada por las imágenes religiosas
durante la Guerra Civil, cuando las autoridades republicanas
emprendieron una campaña para recordar a los ciudadanos más exaltados en
contra de esas imágenes (y que cometían violentos actos de
iconoclastia), que no había que verlas en términos religiosos sino
simplemente como patrimonio artístico a conservar.
“Es simplemente la cara de un Cristo”: ello viene a indicarnos que
tanto Doña Cecilia como su hermana conocen bien los fundamentos de las
funciones de la imagen, cuestionando en este caso tanto el tema como el
valor patrimonial del cuadro original.
También ha apuntado la hermana de la artista que “el problema es que
ahora Cecilia se ha metido con la cabeza y, claro, ha destrozado el
cuadro”. O sea, que la intervención ha sido paciente y laboriosa. Pero
también da a entender que nadie se ha rasgado las vestiduras por los
retoques hechos en el tiempo a las ropas de Cristo, pero que a la hora
de tocar el rostro la cosa se complica. Una nueva muestra involuntaria
de la solidez de los argumentos de esta familia a la hora de tratar los
estereotipos estilísticos que la tradición ha consolidado cuando se
trata del retrato de Jesús.
Remito aquí para ver la entrevista que Doña Cecilia ha concedido a una cadena de televisión.
Por último, sólo queda felicitar a Doña Cecilia por esta magnífica
obra contemporánea, por este nuevo ejercicio apropiacionista que
inteligentemente cuestiona el valor de las imágenes y de un cierto
discurso patrimonial y patriarcal. Quizás sólo cabría pedirle que
intente seguir pintando también sobre superficies blancas por estrenar.
jueves, 23 de agosto de 2012
El arte apropiacionista de Doña Cecilia Giménez



El arte apropiacionista de Doña Cecilia Giménez
2012-08-23T18:29:00+02:00
赫尔曼abuelo me duelen los oidos赫尔曼
Comments
Cecilia Giménez
El arte apropiacionista de Doña Cecilia Giménez
2012-08-23T18:29:00+02:00
赫尔曼abuelo me duelen los oidos赫尔曼